Una ciudad no es grandiosa por sus edificios, ni por sus luces, ni por sus estadios con nombre de banco.
Una ciudad vale por las personas que la habitan.
Por su carácter. Por su virtud.
Por su gente que no tira papeles al suelo aunque nadie les vea.
Por el camarero que sonríe aunque lleve 10 horas de pie.
Por el chaval que se levanta en el metro sin que se lo pidan.
Eso es lo que adorna de verdad una ciudad.
Y lo mismo pasa con las personas.
Un enano no se vuelve más alto por subirse a una montaña.
Solo es un enano en alto.
Cuando miramos a alguien solemos hacerlo incluyendo su pedestal.
Porque hay gente que parece gigante… hasta que le quitas el traje, el coche, el sueldo y el Instagram.
Y de golpe te das cuenta de que no hay nadie.
Ni nobleza. Ni templanza. Ni valor.
Solo un niño disfrazado de importante.
¿Quieres saber cómo reconocer a una persona de verdad?
Quita lo externo.
Quítale el rol, el dinero, los seguidores, los títulos, los aplausos.
Y mira lo que queda.
Ahí está la verdad.
Porque cuando todo lo accesorio desaparece… solo queda la virtud.
O su ausencia.
Y aquí seguro que alguien está pensando:
“Ya, pero eso no es justo… Si alguien ha luchado por sus méritos, ¿por qué quitárselos para juzgarlo?”
Buena pregunta.
Y la respuesta es simple: si realmente se lo ha currado, si se ha dejado la piel y ha construido algo desde la virtud… entonces no pasa nada.
Porque al quitarle lo externo, seguirá ahí lo importante: la templanza, el esfuerzo, la constancia, la humildad.
Eso no se borra.
Eso es lo que le hizo llegar donde está.
Pero si le quitas todo…
y lo que queda es soberbia, vacío y ego con patas,
entonces es que no se lo ganó con virtud, sino con trampas, con enchufes, con más oportunidades o simplemente con una buena foto de perfil.
Y eso sí que es injusto.
Porque parece grande…
pero solo es un enano que subió en ascensor.
Por eso te digo: el valor real de una persona se ve cuando le quitas todo lo que se puede comprar.
Lo otro, lo que no se compra ni se alquila, eso es lo que vale.
Y aquí viene el problema gordo:
Estamos llenos de ídolos de cartón.
Admiramos al primero que ha pegado un pelotazo o tiene abdominales.
Nos inspiramos con cualquier subnormal que sale en una pantalla enseñando lo que tiene, pero no lo que es.
Gente que lo único que tiene claro en la vida es su marca de ropa interior.
¿De verdad vas a dejar que ese sea tu modelo?
¿De verdad vas a aspirar a ser como el Neymar de turno, que no puede dar una frase con sentido pero te habla de motivación?
¿O como ese influencer que te dice cómo vivir mientras no sabe ni lo que quiere hacer mañana?
Te lo digo:
Ten cuidado con a quién admiras.
Porque sin darte cuenta… te vas pareciendo.
Es mil veces mejor admirar a alguien que hace lo correcto, que a uno que solo hace lo que le sale rentable.
Es mejor tener como referente a alguien que actúa con rectitud, que al típico “exitazo” que trata mal a su equipo, miente como respira y es incapaz de mirarte a los ojos sin venderte algo.
Hazme un favor:
Elige tus ídolos con lupa.
No por lo que tienen.
Sino por lo que son cuando no tienen nada.
Porque lo que de verdad te hace grande…
es aquello que no te pueden quitar.
Y si todavía dudas, lee el Libro de Job.
Y antes de que algún ateo de manual salte con lo de “es que eso es de la Biblia”…
Relájate, campeón.
No hace falta creer en Dios para aprender de un texto que ha moldeado la historia, la cultura y la moral de medio planeta.
Se llama conocimiento.
A Job Dios le quitó TODO: riqueza, hijos, salud. Y ahí, en la miseria más absoluta, se vio quién era Job de verdad.
Un hombre recto. Íntegro. Firme en su fe.
Y eso… no hay pedestal que lo compre.
Nos vemos en la cima,
La Academia s. XXI
Me encantó y lo que me gusta lo comparto, saludos